Fue el viernes pasado, quedando por la noche en callao con los de la facultad para celebrar el cumpleaños de una amiga. Estábamos de momento tres esperando, y el ambiente alrededor era el típico de un viernes por la noche en el centro de Madrid.
De pronto se nos acercó un chico sonriente y nos dijo "¿Os hago un truco de magia?". En general la situación era extraña, las otras dos personas con las que estaba al parecer estaban recelosas temiendo un robo o algo así; yo simplemente pensaba "este es de los que al final cobra, fijo".
Sin embargo había algo que me gustaba en la idea, quizás por lo raro de la situación, o por la sonrisa sincera del chaval, que dije "Si sólo es magia vale" (Volviendo a recordarlo, no tengo precisamente tiento para decir frases épicas o interesantes, pero en fin...)
Tras esa frase siguieron... querría decir cuantos minutos aproximados, pero no podría precisarlo. Porque estaba totalmente absorbido por la baraja que hacía bailar en sus manos, y por los trucos que hacía, a cada cual más increíbles. Todo llevado con una maestría y un buen humor que no podía hacerte desaparecer la sonrisa de la cara. Cuando por fin terminó, simplemente nos dedicó una última sonrisa para decirnos "muchas gracias chicos, pasadlo bien", y perderse entre la multitud. No hubo robos, ni pedidas de dinero, ni publicidad de nada, ni venta de multipropiedades. Sólo hubo magia. Y la magia no era el simple hecho de hacer cosas impensables con una baraja: la magia era el que una persona fuera capaz de alegrar el día de la gente y mostrarles cosas asombrosas sin pedir absolutamente nada a cambio.
La magia fue todo lo que me hizo sentir y la sonrisa que me dejó durante toda la noche.
Así que, anónimo mago, estés donde estés, gracias.
Y nunca dejes que la magia muera.